Capilla de La Dolorosa

El de la Dolorosa es el más popular y querido de todos los pasos procesionales de la Semana Santa pamplonesa, y también el más antiguo y el único de propiedad municipal. Los demás pertenecen a la Hermandad de la Pasión del Señor.

Por ello se custodia en su propia capilla, situada bajo el coro de la iglesia de San Lorenzo.

Fue Rosendo Nobas, discípulo de Vallmitjana, el tallista que, con alma de imaginero del Renacimiento, esculpió magistralmente todo el dolor de una madre atormentada en el hermoso rostro de nuestra imagen de La Soledad. Esos ojos que se elevan hacia el Cielo, con un velo de lágrimas tamizándole la mirada, esas manos que se entrelazan, crispadas por el sufrimiento, valen, para mí, mucho más que las sutiles teologías del más perfecto sermón de Semana Santa.

Los papeles antiguos dicen que la imagen costó 200 pesetas, más 43 de embalaje y transporte por ferrocarril desde Barcelona a Pamplona. El doctor Arazuri publicó la factura de 5 pesetas presentada por Félix Utray por «subir desde la estación una caja que contenía una imagen de la Dolorosa».

Corre entre el pueblo la leyenda -escribía Manuel Iribarren- de que el escultor quiso después reproducir fielmente la angustia de la Dolorosa y que al no conseguirlo se volvió loco. Por desgracia para la poesía, el episodio no pasa de leyenda. Paz de Ciganda contaba que en el envío de Rosendo Nobas había un recado del escultor, en el que encarecía que cuando, al armarla, vistiesen la imagen, no le tapasen la frente. Como es sabido, se trata de una de las llamadas «de vestir», por lo que la labor del escultor se reduce únicamente al rostro y las manos, el resto es un maniquí o armazón de madera.

No cabe duda de que el primoroso manto de la Virgen es un complemento indispensable que realza sumamente la perfección de la cara. El 1 de abril de 1960, en la procesión de «El Traslado», lució la imagen el nuevo atuendo, confeccionado y primorosamente bordado por las Madres Adoratrices. Según la nota que me ha facilitado amablemente el archivero municipal en funciones don Elias Martínez de Lecea, anotaré que el manto y traje costaron 425.000 pesetas, de las cuales 242.520’35 se obtuvieron por suscripción popular. Era teniente de alcalde presidente de la Comisión de Gobierno don Leandro Mª. Cañada, a quien se debió en gran parte la realización de esta iniciativa, y era alcalde de Pamplona el ilustrísimo señor don Miguel Javier Urmeneta Ajarnaute.

En 1553, La Soledad no figuraba todavía como paso individual, sino que su imagen acompañaba, como parte integrante, al primitivo paso del Sepulcro, construido y costeado unos años antes por el gremio de los plateros.

El 31 de marzo de 1602 se fundaba la Cofradía de la Soledad, en el convento de la Merced, por don Felipe de Navarra, don Juan Cruzat y otros nobles caballeros y vecinos notables de la ciudad, sin embargo, como ocurre con la Vera-Cruz, la primitiva fundación fue anterior. Consta en papeles del año 1687 cómo don Rafael de Valanza hizo «varias y diferentes diligencias en el Convento del Carmen Calzado, adonde en su primer instituto se fundó la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad… para el efecto de si se podría hallar la forma y capitulaciones con que se fundó aquélla, y no ha sido posible hallarse ninguna…».

El número de cofrades, según Baleztena, ascendía ya a 1.500 en 1609. Hermanos distinguidos de aquella época fueron el virrey don Alonso de Idíaquez y el regente del Real Consejo don Gil de Albornoz, más tarde cardenal.

Arazuri publicó en Pamplona estrena siglo que la procesión de La Soledad, que salía del convento de la Merced a las cuatro de la tarde del Viernes Santo, comenzó a recorrer las calles de la ciudad el año 1605, si bien este autor no, cita la fuente de tan curioso dato.

La Cofradía de la Soledad fue la primera en salir el día de Viernes Santo. Hasta entonces, las Hermandades lo hacían el Miércoles y Jueves Santos. En 1616,el Ayuntamiento o Reximiento acordó que las antiguas sacasen unidas una procesión el día de Jueves Santo, y la de la Soledad lo hiciera al día siguiente, constituyendo el lejano antecedente de la procesión actual.

En 1700, el día de Viernes Santo salía, entre los pasos de esta Cofradía, aparte de la imagen de La Soledad, titular de la advocación, otra llamada de Las Angustias o de Las Siete Espadas.

A la vez que en 1775, por disposición municipal, se suprimía la salida por las calles de la procesión de Jueves Santo o de la Vera-Cruz, quedando únicamente la de La Soledad, se fundaba en la iglesia de San Agustín la Congregación de Nuestra Señora de los Dolores, ocupando una pequeña capilla debajo del coro, llamada del Santo Cristo de Burgos, y trasladándose más tarde a la primera del lado de la Epístola, junto a la antigua puerta de la sacristía, dedicada hasta entonces a Nuestra Señora de Belén. En 1866, el rector de la iglesia, don Pedro Mª. llundáin, se dirigió al Ayuntamiento: «Conociendo la mucha devoción que el pueblo tiene a la imagen de la Soledad, venerada en la iglesia de San Agustín y propia de V. E., le he arreglado una capilla con su altar, decorándole en lo posible». La Corporación acordó concederle una subvención de 1.000 reales de vellón.

Volviendo a la otra imagen de La Soledad, a la de la Cofradía de ese nombre, tengo noticias de aue salía en la procesión de 1828, época en la que únicamente se sacaban cuatro pasos: éste, La Despedida, El Cristo Alzado y El Sepulcro. La bandera de La Soledad la llevaba el prior y regidor del Ayuntamiento don Esteban Errazu.

En 1834, al cerrarse definitivamente al culto la iglesia de la Merced, el prior don Dionisio Eljaurdía ordenó «trasladar al (convento) de los Dominicos los dos retablos (uno de Cristo y otro de La Soledad) de la Cofradía pertenecientes al Ayuntamiento, así como el palio, bandera, andas y demás objetos».

No sé en qué fecha habría pasado el altar e imagen de La Soledad del antiguo convento de los Dominicos -hoy iglesia de Santo Domingo- a la parroquia de San Lorenzo.

Cuando, el año 1883, se recibió y vistió la actual imagen de La Dolorosa, Lau-Buru -periódico de la época- publicó en el número correspondiente al 20 de marzo: «La cara es una escultura que puede hacer la reputación de su autor. Aquellas facciones contraídas ligeramente por la angustia revelan un dolor profundísimo, a la vez que resignado, sus ojos, que tienen una expresión indefinible, hacen aguardar, al que lo contempla, que broten raudales de lágrimas, al mismo tiempo que su mirada, dirigida al cielo, recuerda que allí está el único lenitivo de todas las angustias y dolores. Hemos visto varias personas a quienes la contemplación de la imagen les ha conmovido profundamente».

El articulista terminaba felicitando al Ayuntamiento por la adquisición y rogándole la expusiera a la veneración pública durante el resto del año.

La antigua imagen de Los Dolores o de Las Siete Espadas, que se veneraba, como hemos dicho, en la iglesia de San Agustín, se trasladó también a San Lorenzo, donde todavía puede verse en un antiguo retablo situado a la derecha del altar mayor.

El mismo año de 1883, el Ayuntamiento encargó a la Casa Roca y Casadevall, de Barcelona, el manto que lució la Virgen hasta 1960, aplicando a este fin una manda testamentaria de 10.000 reales, otorgada por la señora doña Sofía Villanueva.

El folleto explicativo de la procesión de 1888 da la noticia de que «este paso ha sido también enriquecido con nueva plataforma a expensas de la Corporación».
Existía la antigua costumbre, en nuestra ciudad, de que doce caballeros pamploneses, invitados por el Excmo. Ayuntamiento, precedieran al paso de La Dolorosa, alumbrando con hachones.

Todavía en nuestros días tiene lugar, la semana anterior a Semana Santa, un septenario en San Lorenzo en honor de La Soledad, al final del cual se celebra la entrañable procesión hasta la Catedral, conocida como Traslado de La Dolorosa. El Retorno tiene lugar la misma medianoche de Viernes Santo, y ambos actos se ven, afortunadamente, muy concurridos. En ellos luce la imagen el precioso manto con las armas de la ciudad estrenado en 1960.

Apuntes del libro: PEQUEÑA HISTORIA DE NUESTROS PASOS DE SEMANA SANTA

Autor: Juan José Martinena Ruiz